Desde el océano Atlántico, pasando por el mar Mediterráneo, hasta los golfos Pérsico y de Adén, se entona revolucionariamente el mismo estribillo libertario que ha resultado altamente subversivo: "El pueblo quiere el derrocamiento del régimen". Este es el canto de la libertad del siglo XXI.
Yemen, uno de los países más pobres del mundo árabe (donde no todos son ricos, con excepción de los petroleros) y la única república de toda la península arábiga –donde imperan las seis petromonarquías del CCG (Consejo de Cooperación del Golfo)–, sufre los embates de manifestaciones y contramanifestaciones que han puesto en alto riesgo de ser eyectado a Ali Abdalá Saleh, otro aliado de Estados Unidos, longevo de 32 años en el poder.
Tres petromonarquías del CCG –Kuwait, Bahrein y Omán– han sido impregnadas por el aroma del jazmín revolucionario tunecino, mientras a Kadafi, cada vez más aislado (interna e internacionalmente), agazapado en su reducto de Tripolitania, lo ha abandonado hasta su enfermera ucraniana –una "voluminosa güera" (Wikileaks dixit), Galyna Kolotnytska (The Wall Street Journal, 1/3/11)–, lo cual (en)marca la aceleración de una desbandada centrífuga.
En Yemen, Obama libra su primera guerra oficiosa contra Al Qaeda, cuando las otras tres fueron iniciadas por Baby Bush con resultados cataclísmicos, tanto para Washington como para los invadidos: Irak, Afganistán y Pakistán.
La revolución demográfica juvenil en Yemen (65.4 por ciento menor a los 25 años, según The Economist; es decir, el mayor porcentaje de jóvenes de todo el mundo árabe, antes de los territorios palestinos ocupados y Somalia), donde proliferan los desempleados, ha reavivado sus rescoldos balcanizadores y vulcanizadores, como su mismo presidente Ali Abdalá Saleh ha advertido sobre la probable "fractura" del país en caso de la caída de su régimen (Afp, 28/2/11): "Yemen será dividido no solamente en dos, sino en cuatro (sic) partes".
Ali Abdalá Saleh considera que sus opositores "no serán capaces (sic) de gobernar Yemen una sola semana". Entonces, ¿cómo lo pudo gobernar él –quien no es necesariamente un superdotado cerebral– durante 32 años, naturalmente con la bendición de Estados Unidos y Gran Bretaña, quienes ahora parecen haberlo soltado a las fieras balcanizadoras?
El sátrapa yemení, de 65 años de edad, no especificó cuáles serían las cuatro partes balcanizadas, pero, a reserva de que alguien que sepa más nos corrija, seguramente se refiere a: 1) el norte, predominante de los huthis (de rito zaydita-chiíta): 50 por ciento de la población y quienes desde 2004 han librado seis guerras contra Ali Abdalá Saleh hasta la reciente tregua de febrero de 2010; 2) en el sur, los secesionistas de Adén; 3) un emirato de Al Qaeda, que combate todavía Ali Abdalá Saleh con el apoyo militar de Obama, y 4) lo que quede de territorio a los sunitas (del rito shafii) en el norte carcomido (capital Saná).
Ya lo decíamos: las balcanizaciones son mucho más peligrosas que los " cambios de régimen" que exigen legítimamente los contestatarios juveniles.
La historia de Yemen a lo largo del siglo XX ha sido un acordeón de uniones y desuniones entre el norte (capital Saná) y el sur (capital Adén) cuando aún no aparecía el despertar chiíta en ciertas regiones específicas del mundo árabe (la "Media Luna Chiíta" y Yemen).
El sur, a partir del estratégico puerto de Adén, se independizó en 1967 y se unió al norte en 1990, para luego arrepentirse cuatro años más tarde en una corta guerra civil, cuando fueron aplastadas sus veleidades secesionistas por el más poderoso ejército del norte (capital Saná).
Sin contar a los convulsionados países ribereños del mar Rojo (Egipto y Sudán y, por extensión, Yibuti y Somalia), con el que colinda Arabia Saudita, llama poderosamente la atención el incendio periférico del reino wahabita en sus cinco fronteras puramente terrestres: Jordania (744 kilómetros de transfrontera), Irak (814), Kuwait (222), Omán (676) y Yemen (la mayor: mil 458 kilómetros), incluso Bahrein –con el que Arabia Saudita está umbilicalmente conectado con un puente estratégico de 24 kilómetros–, que puede sufrir el "efecto dominó chiíta". Tales "seis fronteras" de Arabia Saudita se encuentran en plena convulsión "pro democracia".
Solamente falta que el jazmín revolucionario alcance a Qatar (60 kilómetros) y los Emiratos Árabes Unidos (457 kilómetros), para que Arabia Saudita, el mayor productor de petróleo del mundo, se encuentre totalmente cercado.
Si descontamos las exiguas transfronteras de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos con Arabia Saudita, en comparación con las demás, se pudiera aducir ominosamente que la mayor producción de petróleo del planeta se encuentra ya en estado de sitio, lo que presagia una explosión del barril entre 200 y 300 dólares (si es que no es todavía mayor) en caso de un "efecto dominó chiíta" y del cierre del estrecho de Bab al-Mandab ("la puerta de las lágrimas"), de nombre inigualable, con el que colinda Yemen, entre el mar Rojo y el golfo de Adén, tránsito de un buen porcentaje del "oro negro".
¿Hasta dónde llegaría el precio del crudo en caso del cierre del estrecho de Ormuz en el golfo Pérsico?
Yemen tiene como vecino ribereño a Somalia (por extensión, al inestable Cuerno de África) en el golfo de Adén que la Oficina Marítima Internacional define de "alto riesgo por la piratería".
Por ahora, dejemos en el tintero el estado de sitio (un jaque de facto a los jeques) a la producción petrolera de Arabia Saudita, para confinarnos a su mayor transfrontera terrestre: Yemen, en plena vulcanización prebalcanizadora.
Yemen (población de casi 24 millones, con un promedio de 19 años de edad, en un territorio de casi 528 mil kilómetros cuadrados) ostenta un PIB de 61 mil 880 millones de dólares y uno de los PIB per cápita más bajos del mundo (2 mil 600 dólares: lugar 173 en el ranking mundial), que depende básicamente de su declinante producción petrolera, que no es nada del otro mundo (alrededor de 270 mil barriles al día), la cual le genera 25 por ciento de su PIB y 70 por ciento de los ingresos.
Ali Abdalá Saleh no ha de estar actualizado y repite las mismas estériles promesas de otros dos sátrapas defenestrados (el tunecino Ben Ali y el egipcio Mubarak): no relegirse en los comicios de 2013 y no legar el poder a su hijo. Muy poco y demasiado tarde para los aguerridos contestatarios del país con el mayor número de armas per cápita del planeta, superior a Estados Unidos, que ya es mucho decir ("Yemen: la tierra con más armas que gente", The Independent, 21/3/10).
Las cifras "oficiales" son desgarradoras para un país sediento, hambriento, desocupado y armado hasta los molares: 35 por ciento de desempleo (datos de 2003 de la CIA, que se han de haber disparado); 45.6 por ciento, por debajo del umbral de la pobreza, y 40 por ciento que vive con menos de dos dólares al día.
Yemen, con una costa estratégica de casi 2 mil kilómetros, representa la tormenta perfecta que puede desembocar en su balcanización y en la diseminación de sus turbulencias tóxicas al Cuerno de África (bidireccionalmente), a la todavía inexpugnable Arabia Saudita (pese a la muralla de concreto erigida en su transfrontera) y, exquisitamente, al superestratégico estrecho de Bab al-Mandab, que afectaría uno de los mayores tránsitos de mercancías del mundo (incluyendo el sagrado "oro negro").