miércoles, 2 de septiembre de 2009

Entre los obreros

Apocalipsis, los últimos tiempos. ¿Es usted salvo de la ira venidera?

Entre los obreros

La presente entrada es un tanto extensa, lo reconocemos; pero creemos que el tema es más que importante ya que trata de eclesiología con fuertes fundamentos bíblicos.
Es la transcripción de un capítulo del libro "La iglesia cristiana normal" de Watchman Nee. El autor dice en el libro que el mismo iba a traer polémica y es justamente por este motivo que recurría a fundamentos bíblicos que para algunos parecerán excesivos.
Hoy en día se está haciendo reverencia a ciertos iluminados dentro de la denominada "iglesia protestante" así como también se hace este tipo de gesto a la Organización romanista del Vaticano. Lejos está del autor del libro como de quienes adherimos a esta posición el basarnos en organismos, en iluminados o en meros métodos que dejan afuera la guía de Dios por su Espíritu Santo.
Desde este blog siempre propondremos que nuestra fe esté puesta solamente en Jesucristo de Nazaret y por medio de Su palabra: La Biblia.
Desechamos a todos aquellos que se quieran levantar como exclusivos intérpretes de la Palabra de Dios sean de estos supuestos iluminados o del romanismo vaticanista.
Creemos en la libre interpretación de la Biblia y en aquello que dijo Jesucristo:
"El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si hablo por mi propia cuenta". Juan 7: 17
"El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá..." la promesa del que nunca mintió ni mentirá está dada, ahora bien ¿Queremos nosotros hacer la voluntad de Dios? Porque esa es la condición imprescindible para conocerla.

¡Cuidate!
¡Dios te bendiga!

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Entre los obreros

Las iglesias en las Escrituras son intensamente locales. Nunca encontramos allí ninguna federación de iglesias; todas son unidades independientes. Es otro el caso en relación con los obreros. Entre ellos encontramos una cierta medida de asociación; vemos un grupo pequeño aquí, y allá otro, enlazados para la obra. Pablo y los que estaban con él —por ejemplo, Lucas, Silas, Timoteo, Tito y Apolos— formaban un grupo. Pedro, Jacobo, Juan y aquellos que estaban con ellos, formaban otro. Un grupo salió de Antioquía, otro de Jerusalén. Pablo hace referencia a los que estaban con él (Hch. 20:34), lo cual indica que, aunque cuando los obreros no habían sido organizados en diferentes misiones, aún así, tenían a sus propios asociados especiales en la obra. Aun al principio, cuando nuestro Señor escogió a los doce, El los envió de dos en dos. Todos eran colaboradores, pero cada uno tenía su colaborador especial. Tal agrupamiento de obreros fue ordenado y mandado por el Señor.

Estos grupos apostólicos no fueron formados sobre corrientes partidarias o doctrinales; fueron formados bajo la soberanía del Espíritu, quien ordenó las circunstancias de los diferentes obreros en cierta manera para que ellos se enlazaran en la obra. El caso no era que ellos estaban divididos, de hecho, de los otros obreros, sino que simplemente en el ordenamiento de sus caminos por el Espíritu, ellos no habían sido guiados a tener una asociación especial con los demás. Fue el Espíritu Santo, no los hombres, quien dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo”. Todo dependía de la soberanía del Espíritu. Los grupos apostólicos estaban sujetos a la voluntad y al ordenamiento del Señor. Como hemos visto, los doce fueron divididos de dos en dos, pero no se dejó a su discreción personal el escoger a sus compañeros; fue el Señor quien los juntó y los envió. Cada uno tenía un colaborador especial, pero ese colaborador era señalado por el Señor, no escogido por ellos. No era debido a afinidad natural que ellos se asociaban específicamente con algunos, ni era debido a diferencia en doctrina o en práctica que ellos no se asociaban específicamente con otros. El factor decisivo era siempre lo que el Señor dispusiera.

Reconocemos que el Señor es la Cabeza de la iglesia, y que los apóstoles fueron la primera orden puesta por el Señor en la iglesia (1 Co. 12:28). Aunque ellos fueron asociados en grupos, teniendo a sus colaboradores específicos nombrados por el Señor, con todo, no tenían ningún nombre, sistema ni organización especial. Ellos no hicieron que un grupo más pequeño que el Cuerpo fuera la base de su obra: todo se basaba en el principio del Cuerpo. Por tanto, aun cuando por causa de la diferencia de localidad y de la disposición providencial de sus caminos ellos formaban diferentes grupos, aún así, no tenían organización alguna fuera del Cuerpo; su obra siempre era una expresión del ministerio del Cuerpo. Estaban constituidos en grupos separados, pero cada grupo tomaba como base el Cuerpo, expresando el ministerio del Cuerpo.

El Señor es la Cabeza del Cuerpo y no la Cabeza de una organización; por tanto, siempre que trabajemos para una sociedad, una misión, o una institución, y no sólo para el Cuerpo, perdemos la dirección del Señor como nuestra Cabeza. Tenemos que ver claramente que la obra es la obra del Cuerpo de Cristo y que, aunque el Señor dividió Sus obreros en diferentes grupos (no diferentes organizaciones), la obra de ellos se basaba siempre en el Cuerpo. Además, debemos reconocer que cada obrero individual y cada grupo representa al ministerio del Cuerpo de Cristo, ya que cada oficio que se tenga, se tiene en el Cuerpo y es para el avance de la obra de Dios. Entonces, y sólo entonces, podremos tener un solo ministerio: la edificación del Cuerpo de Cristo. Si reconociéramos claramente la unidad del Cuerpo, ¡qué resultados benditos veríamos! Dondequiera que el principio de la unidad del Cuerpo opere, toda posibilidad de rivalidad queda eliminada. No importa si yo menguo y usted crece; no habrá celos de parte mía, ni orgullo de parte suya. Una vez que veamos que toda la obra y todos sus frutos son para el crecimiento del Cuerpo de Cristo, entonces ningún hombre será contado como suyo y ningún hombre como mío; no importará entonces si es usado usted o yo. Toda contienda carnal entre los obreros de Dios terminará una vez que se vea claramente el Cuerpo como principio de la obra. Pero para vivir y obrar en el Cuerpo se requieren tratos drásticos con la carne, y esto a su vez exige un conocimiento profundo de la cruz de Cristo.

Los apóstoles primitivos nunca trabajaban independientemente; ellos laboraban juntos. En la narración del día de Pentecostés leemos: “Pedro, poniéndose en pie con los once” (Hch. 2:14). Junto a la Puerta que se llamaba la Hermosa vemos a Pedro y a Juan llevando a cabo la obra juntos, y de nuevo ellos fueron los dos que visitaron Samaria. Cuando Pedro fue a la casa de Cornelio, otros seis hermanos lo acompañaron. Cuando los apóstoles salían, siempre lo hacían en grupos, o por lo menos de dos en dos, nunca solos. Su obra no era individual, sino corporativa. En cuanto a los que estaban con Pablo en Antioquía y en otros lugares, es desafortunado que tanto énfasis se le haya dado a Pablo como individuo, con el resultado de que sus colaboradores pasan casi desapercibidos. Vemos que en Troas, Lucas se unió a su compañía, y era de un mismo sentir con Pablo, al considerar que se debería responder al llamado de auxilio de Macedonia. Luego, cuando regresaron de Macedonia, trajeron con ellos como colaboradores a Sópater, Aristarco, Segundo, Gayo, Timoteo, Tíquico y Trófimo. Después encontramos que se les unen Apolos, Priscila y Aquila. Aún más tarde encontramos a Pablo enviando a Timoteo a Corinto y alentando a Apolos y a Tito que fueran allá, y un poco tiempo después vemos que Epafrodito se les une como colaborador. Y da gusto leer al principio de las epístolas de Pablo palabras como éstas: “Pablo...y el hermano Sóstenes”, “Pablo...y el hermano Timoteo”, “Pablo, Silvano y Timoteo”.

Así que, por una parte no vemos en las Escrituras rastro alguno de misiones organizadas, ni, por otra, vemos a obrero alguno saliendo conforme a una corriente individual, cada quien siendo una ley a sí mismo. Están formados en grupos, pero tales grupos tienen una base espiritual, no se basan en organización. Las Escrituras no dan ninguna autorización para una misión organizada, tampoco autorizan el trabajo independiente; lo uno está tan lejos del pensamiento de Dios como lo otro. Por lo tanto, aunque debemos guardarnos de las trampas de las organizaciones hechas por el hombre, también nos debemos guardar contra el peligro de ser demasiado individualistas. No debemos organizarnos para ser una misión y así llegar a ser cismáticos; al mismo tiempo debemos tener asociados en la obra, con los cuales podemos cooperar sobre una base espiritual, y así mantener el testimonio del Cuerpo.

Necesitamos enfatizar este hecho, que los apóstoles laboraban en asociación con otros, pero sus compañías no estaban organizadas. Su relación unos con otros era solamente espiritual. Amaban y servían al mismo Señor, tenían un llamamiento y una comisión y eran de una mente. El Señor los unía; por tanto, ellos eran colaboradores. Algunos estuvieron juntos desde el principio, otros ingresaron en fecha posterior. Ellos eran una sola compañía, y sin embargo, no tenían organización, y no había distribución de oficios ni posiciones. Aquellos que se les unían no venían en respuesta a algún anuncio de “Se necesita personal”, tampoco venían porque hubieran estado equipados por un curso especial de entrenamiento. En sus viajes, el Señor ordenó las circunstancias en tal forma que se encontraran. El los acercó unos a otros, y siendo de una mente y un espíritu, unidos por el Señor, ellos espontáneamente se hicieron colaboradores. Para unirse a tal compañía no había necesidad de aprobar un examen primero, ni de cumplir algunas condiciones especiales, ni de pasar por ciertos ritos o formas. El Señor fue quien determinó todo. El ordenó, el hombre sólo consintió. En tales grupos ninguno tenía posición ni cargo especial; no había director ni presidente ni superintendente. Cualquier ministerio que el Señor les hubiera dado constituía su oficio. Ellos no recibían nombramiento alguno de la asociación. La relación que existía entre sus miembros era puramente espiritual, no oficial. Fueron constituidos colaboradores, no por una organización humana, sino por un vínculo espiritual.

AUTORIDAD ESPIRITUAL

Antes de considerar la cuestión de la autoridad espiritual, leamos unos cuantos pasajes de las Escrituras que hablan de la relación entre los obreros, puesto que arrojan bastante luz sobre nuestro tema. “Timoteo...Quiso Pablo que éste fuese con él” (Hch. 16:1-3) “Cuando vió [Pablo] la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hch. 16:10). “Y los que se habían encargado de conducir a Pablo, le llevaron a Atenas; y habiendo recibido orden para Silas y Timoteo, de que viniesen a él lo más pronto que pudiesen, salieron” (Hch. 17:15). “[Pablo] tomó la decisión de volver por Macedonia. Y le acompañaron” (Hch. 20:3-4). “Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger allí a Pablo, ya que así lo había determinado” (Hch. 20:13). “Y si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad...encaminadle en paz, para que venga a mí...Acerca del hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros” (1 Co. 16:10-12). “Exhortamos a Tito” (2 Co. 8:6). “Tito...recibió la exhortación...Y enviamos juntamente con él al hermano” (2 Co. 8:16-18). “Enviamos también con ellos a nuestro hermano” (2 Co. 8:22). “Tíquico, hermano amado...el cual envié a vosotros” (Ef. 6:21-22). “Mas tuve por necesario enviaros a Epáfrodito” (Fil. 2:25). “Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico” (Col. 4:7). “Os saluda Lucas el médico amado, y Demas” (Col. 4:14). “Decid a Arquipo: Mira que cumplas el ministerio” (Col. 4:17). “Acordamos...y enviamos a Timoteo” (1 Ts. 3:1-2). “Procura venir pronto a verme...Toma a Marcos, y tráele contigo...A Tíquico lo envié a Efeso” (2 Ti. 4:9-12). “A Trófimo dejé en Mileto enfermo. Procura venir antes del invierno” (2 Ti. 4:20-21). “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé” (Tit. 1:5). “Cuando envíe a ti a Artemas o a Tíquico, apresúrate a venir a mí en Nicópolis, porque allí he determinado pasar el invierno. A Zenas intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte” (Tit. 3:12-13).

Los pasajes de la Escritura citados arriba nos muestran que, entre los obreros de Dios, nuestra dependencia de El no nos hace independientes unos de otros. Vimos que Pablo dejó a Tito en Creta para que terminara la obra que él mismo había dejado inconclusa, y que después él envió a Artemas y a Tíquico para que reemplazaran a Tito cuando le dio instrucciones a éste para que fuera a Nicópolis. En varias ocasiones él nombró a Timoteo y a Tíquico para que hicieran un trabajo determinado, y leemos que él persuadió a Tito y a Apolos a que permanecieran en Corinto. Observamos que estos obreros no solamente aprendieron a trabajar por equipos, sino que los que tuvieran menos experiencia aprendieron a someterse a la dirección de los más espirituales. Los obreros de Dios deben aprender a ser dejados, enviados, y persuadidos.

Es importante reconocer la diferencia entre autoridad oficial y espiritual. En una organización toda autoridad es oficial, no espiritual. En una buena organización aquel que tiene un puesto tiene autoridad tanto oficial como espiritual; en una mala organización la autoridad que se ejerce es solamente oficial. Pero en cualquier organización, ya sea que aquel que tiene un cargo tenga o no autoridad espiritual, la autoridad que tiene en la organización realmente es sólo oficial. ¿Cuál es el significado de la autoridad oficial? Significa que una persona ejerce autoridad basada en que ocupa un oficio. Se ejerce la autoridad sólo debido al oficio que él ocupa. Entretanto que el funcionario mantiene su puesto, puede ejercitar su autoridad; en cuanto renuncie a su posición cesa su autoridad. Tal autoridad es completamente objetiva; no es inherente al hombre en sí. Está relacionada, no con la persona, sino simplemente con su posición. Si él tiene el puesto de superintendente, se sobreentiende que él supervisa asuntos, sin importar si está capacitado espiritualmente para hacerlo o no. Si él tiene el puesto de director, entonces automáticamente dirige, aun si la falta de espiritualidad, de hecho, lo descalificara de ejercer control sobre otras vidas. La vida de una organización es posición; es la posición la que determina la autoridad.

Pero en un grupo de obreros constituido divinamente, no hay organización alguna. Se ejerce autoridad entre ellos, pero dicha autoridad es espiritual, no oficial. Es una autoridad basada en espiritualidad, una autoridad que resulta de un conocimiento profundo del Señor, y de una comunión íntima con El. La vida espiritual es la fuente de tal autoridad. La razón por la cual Pablo podía dirigir a otros no era su posición superior sino su mayor espiritualidad. Si hubiera perdido su espiritualidad, hubiera perdido su autoridad. En una organización aquellos que son espirituales no necesariamente tienen algún puesto, y aquellos que tienen algún puesto no necesariamente son espirituales; pero en las Escrituras es diferente. Allí, son los que conocen al Señor quienes dirigen los asuntos. Aquellos que son espirituales son los que dirigen a otros, y si esos otros son espirituales, reconocerán la autoridad espiritual y se someterán a ella. En una organización los trabajadores están obligados a obedecer, pero en una asociación espiritual no, y desde un punto de vista oficial, de nada se les puede tachar si no obedecen. En una asociación espiritual no hay coerción; la dirección y la sumisión igualmente están sobre la base de espiritualidad.

Aparte de la cuestión de autoridad espiritual también existe la cuestión de los diferentes ministerios. Todos los siervos del Señor están en el ministerio, y cada uno tiene su propio ministerio especial. En una organización los puestos son repartidos por el hombre, pero en la obra espiritual los ministerios son designados por el Señor. Debido a la diferencia en ministerio, por un lado debemos obedecer al Señor, y por otro, debemos obedecer a los hermanos. Dicha obediencia no se basa en su posición superior, sino en que su ministerio difiere del nuestro, sin embargo, ambos están íntimamente ligados. Si la cabeza está moviendo las puntas de mis dedos, los músculos de mis brazos no pueden tomar una actitud independiente y rehusar moverse con ellos. El principio de estar en un Cuerpo necesita que los miembros íntimamente relacionados se muevan uno con otro. Al movernos con los otros miembros no estamos en realidad obedeciéndoles; estamos obedeciendo a la Cabeza. En muchos casos podemos reclamar una conducción directa de la Cabeza, pero en otras tantas cosas, la Cabeza mueve a otros, y nosotros simplemente nos movemos con ellos. Su movimiento es razón suficiente para seguirlos. Es muy importante reconocer esta interrelación de los varios ministerios en el Cuerpo de Cristo. Tenemos que conocer nuestro ministerio y reconocer el ministerio de los demás, para que nos podamos mover como uno, obedeciendo a aquellos que tienen un ministerio mayor. Puesto que nuestro ministerio está entrelazado en tal manera, no nos atrevemos a tomar una actitud individual o independiente.

Todas las posiciones ocupadas por los ministros de Dios son espirituales, no oficiales. ¡Ay! Los hombres han visto sólo la mitad de la verdad, así que tratan de organizar la obra y designan a un director para supervisar el servicio de otros, pero su dirección se basa en su posición en la organización, no en su posición en el ministerio. Pablo podía dirigir a otros por causa de que el ministerio encomendado a él por el Señor lo colocaba en un lugar de autoridad sobre ellos; y a su vez Tito, Timoteo y Tíquico podían someterse a ser dirigidos, por razón de que el ministerio encomendado a ellos por el Señor los ponía en una posición bajo la autoridad de Pablo. Por desgracia, la dirección de hoy no se basa en profundidad de espiritualidad ni en grandeza de ministerio.

Timoteo era un hombre de Dios. El vivía cerca al Señor, obedeciéndole y sirviéndole fielmente; sin embargo, muchas veces él fue enviado aquí y allá por Pablo. El no replicó: ¿Cree usted que no soy capaz de trabajar por mí mismo? ¿Cree usted que no sé cómo predicar el evangelio y cómo establecer iglesias? ¿Cree usted que no sé cómo hacer las cosas? Aunque Timoteo sabía mucho, estaba dispuesto a obedecer a Pablo. En la obra espiritual hay tal cosa como ser dirigido por otros; existe la posición de un Pablo y también la posición de un Timoteo, pero éstas son posiciones espirituales, no oficiales.

Hoy debemos aprender, por una parte, a mantener una relación correcta con nuestros colaboradores y, por otra, a ser guiados por el Espíritu Santo. Debemos mantener ambas relaciones, y también mantener el equilibrio entre ambas. En la primera y segunda epístolas a Timoteo, hay muchos pasajes que muestran cómo deben cooperar los colaboradores y cómo debe someterse un obrero más joven a uno mayor. Un Timoteo joven debe obedecer los mandatos del Espíritu Santo, pero también debe recibir las instrucciones de un Pablo maduro. Timoteo fue enviado por Pablo, Timoteo fue dejado por Pablo en Efeso, y Timoteo obedeció a Pablo en el Señor. He aquí un ejemplo para los siervos jóvenes de Dios. Es de suma importancia en Su obra aprender cómo ser dirigidos por el Espíritu y, al mismo tiempo, cómo cooperar con nuestros colaboradores. La responsabilidad no debe caer totalmente sobre Timoteo, y tampoco debe recaer exclusivamente sobre Pablo. En la obra Timoteo debe aprender a adaptarse a Pablo, y Pablo también debe aprender a adaptarse a Timoteo. No sólo el más joven debe aprender a someterse a la instrucción del mayor, sino que el mayor debe aprender cómo instruir al más joven. El que está en una posición para dejar algunos en alguna parte, o enviarlos o persuadirlos, tiene que aprender a no seguir los dictámenes de su propia naturaleza, obrando conforme a su inclinación o deseo personal, porque en ese caso dificultaría las cosas para aquellos bajo su autoridad. Pablo tiene que dirigir a Timoteo en tal manera que a éste no se le haga difícil obedecer tanto al Espíritu Santo como al apóstol.

Los siervos de Dios deben laborar juntamente en grupos, pero hay una clase de colaboración que se debe evitar, a saber, la colaboración en una organización hecha por hombres, que restringe a sus miembros en tal forma que ellos realmente no puedan responder a la dirección del Espíritu. Cuando los obreros están enteramente sujetos a la dirección de los hombres, entonces su trabajo no es el resultado de una carga espiritual puesta sobre ellos por Dios, sino simplemente la ejecución de una labor en respuesta a los dictados de los que tienen puestos más elevados que ellos. El problema actual es que los hombres están tomando el lugar del Espíritu Santo, y la voluntad de los hombres en puestos oficiales está tomando el lugar de la voluntad de Dios. Los obreros no tienen conocimiento directo de la voluntad divina, sino que simplemente hacen la voluntad de aquellos en autoridad sobre ellos, sin tomar ninguna carga personal de parte del Señor por Su obra.

Hay otros que a su vez conocen la mente de Dios, tienen un llamamiento de El, y dependen totalmente de El para que les provea en todas sus necesidades; pero aunque ellos saben qué es ser guiados por El individualmente, ellos piensan que pueden seguir su propio camino y hacer su propia obra independientemente de otros.

La enseñanza de la Palabra de Dios es que, por una parte, las organizaciones humanas no deben controlar a los siervos de Dios; por otra parte, Sus siervos deben aprender a someterse a una autoridad espiritual que esté basada en la diferencia de ministerio. No hay cooperación organizada; sin embargo, hay una comunión espiritual y una unidad espiritual. Tanto el individualismo como la organización humana están ambos fuera de armonía con la voluntad de Dios. Debemos procurar conocer Su voluntad, no independientemente, sino juntamente con los otros miembros ministrantes del Cuerpo. El llamamiento de Pablo y Bernabé se basó en este principio. No fue sólo un caso de dos profetas y maestros, sino de cinco, que esperaban en Dios para conocer Su voluntad. Hechos 13 nos da un buen ejemplo de una compañía que laboraba, en la cual todos los obreros estaban mutuamente relacionados y la dirección de uno era confirmada por los otros.

LA ESFERA DE LA OBRA

La esfera de la obra, a diferencia de la esfera de la iglesia local, es muy amplia. Algunos de los obreros son enviados a Efeso, otros van a Pablo en Nicópolis, otros continúan en Corinto, otros son dejados en Mileto, otros permanecen en Creta, algunos regresan a Tesalónica, y otros prosiguen a Galacia. ¡Así es la obra! Vemos aquí no los movimientos de la iglesia local, sino de la obra, porque los movimientos de la iglesia local siempre están limitados a una localidad. Efeso solamente dirige los asuntos de Efeso, y Roma los asuntos de Roma. La iglesia se limita a asuntos en su propia localidad. No hay necesidad de que la iglesia en Efeso mande un hombre a Corinto ni de que la iglesia en Corinto deje un hombre en Roma. La iglesia de que se habla aquí es local, la obra extra-local. Efeso, Corinto y Roma, son todas la preocupación de los obreros. La iglesia sólo maneja los asuntos en una localidad determinada, pero los obreros de Dios consideran como su “parroquia” la esfera que el Señor les ha delimitado.

NINGUN CONTROL CENTRALIZADO, SINO COMUNION

En la Escritura los obreros fueron formados en grupos, pero eso no implica que todos los apóstoles se hayan agrupado en una asociación y que hayan puesto todas las cosas bajo un control centralizado. Aunque Pablo tenía “aquellos con él”, y Pedro sus asociados, ellos consistían solamente en algunos de los apóstoles, no en todos los apóstoles. La Palabra de Dios no muestra que todos los apóstoles deban unirse en una sola compañía. Es perfectamente correcto que veintenas de hombres, o aun centenares, que han recibido el mismo encargo de Dios, se unan en el mismo trabajo; pero en las Escrituras no encontramos centralización alguna de autoridad para controlar a todos los apóstoles. Hay una compañía de apóstoles, pero no es lo suficientemente grande para incluir a todos los apóstoles. Eso es al estilo de Roma, no conforme a la Biblia.

Las facciones a que se hace referencia en Filipenses 1:15-17; 2 Corintios 11:12, 13, 22-23 y Gálatas 4:17 indican que la obra en los primeros días no estaba centralizada. Si hubiera estado centralizada, esos grupos no hubieran podido permanecer en pie, porque podrían haber sido combatidos eficazmente. Las Escrituras muestran que en la obra divina no hay organización universal ni control centralizado, lo cual explica el hecho de que el apóstol no tenía autoridad para tratar con esos grupos de personas que estaban causando tanta dificultad en las iglesias.

La explicación es ésta: Dios no desea que el poder de la organización tome el lugar del poder del Espíritu Santo. Aunque no hay control centralizado, siempre que todos los obreros sigan la dirección del Espíritu, todo marchará sin problemas y satisfactoriamente, y existirá la coordinación de un cuerpo. Cuando el pueblo cesa de obedecer al Espíritu y trabaja en el poder de la carne, entonces lo mejor es que la obra simplemente se deje desmoronar. Una buena organización a menudo sirve como un pobre sustituto del poder del Espíritu Santo, al mantener unida una obra aun después de que se ha ido toda su vitalidad. Cuando la vida se ha ido de la obra y el andamiaje de la organización todavía la sostiene, se evita su colapso; pero esa es una ganancia dudosa, porque una espléndida organización exterior puede estar cegando a los siervos de Dios a una profunda necesidad interior. Dios preferiría mejor que Su obra fuera descontinuada a que siguiera con esa falsificación de potencia espiritual. Cuando la gloria de Dios se había ido del templo, El mismo lo abandonó a una ruina total. Dios desea que la condición exterior y la interior correspondan, para que en caso de que la muerte invada la obra, Sus obreros puedan advertir de inmediato la necesidad que tienen y en humildad de corazón busquen el rostro del Señor.

Tener control centralizado trae muchos males; facilita que los siervos de Dios desatiendan la dirección del Espíritu, y muy pronto se desarrolla en un sistema papal, convirtiéndose en una gran potencia mundana. En las Escrituras es un hecho que los siervos de Dios son asociados en compañías, pero no en una sola compañía.

Sin embargo, eso no quiere decir que cada compañía simplemente pueda seguir independientemente, sin tener ninguna relación o comunión con las otras compañías. El principio de la unidad del Cuerpo es vigente aquí, igual que en todas las otras relaciones entre los hijos de Dios. En la Escritura no solamente vemos el principio de la “imposición de las manos”, sino también el de dar “la diestra” (Gá. 2:9). Aquél habla de identificación, éste de comunión. En Antioquía fueron impuestas las manos sobre Pablo y Bernabé; en Jerusalén no hubo imposición de manos, sino la diestra de comunión dada a ellos por Jacobo, Cefas y Juan. En Antioquía la esfera que se tenía en mira era una compañía apostólica, y el punto recalcado era identificación; por consiguiente, se les impusieron las manos. Pero en Jerusalén la esfera que se tenía en mira era la relación entre las diferentes compañías apostólicas y el punto recalcado era comunión, así que se les dio la diestra.

Muchos son llamados a laborar para el Señor, pero su esfera de servicio no es la misma, así que sus asociados no pueden ser los mismos. Pero las diversas compañías deben todas estar identificadas con el Cuerpo, sometiéndose al Señor como Cabeza, y teniendo comunión entre sí. No se impone las manos en la relación entre Antioquía y Jerusalén, sino que se da la diestra de comunión. Así que la Palabra de Dios no autoriza la formación de una compañía central; pero tampoco autoriza la formación de varias compañías, esparcidas, aisladas y sin interrelación. No hay un lugar central para la imposición de manos, ni existe solamente la imposición de manos y nada más en ninguno de los varios grupos; pero entre ellos hay también el dar la diestra de comunión el uno al otro. Cada compañía debe reconocer lo que Dios está haciendo con las otras compañías y debe extender la comunión a ellas, reconociendo que también ellos son ministros en el Cuerpo. Según la disposición de Dios ellos pueden trabajar en diferentes compañías, pero todos deben funcionar como un Cuerpo. Ofrecer la diestra de comunión implica un reconocimiento de que otras personas están en el Cuerpo, y de que estamos en comunión con ellos, trabajando juntos en forma interrelacionada, como conviene a miembros activos del mismo Cuerpo. “Como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión...y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión” (Gá. 2:7-9). Las organizaciones inconexas, esparcidas, trastornadas y en discordia unas con otras en la cristiandad, que no reconocen el principio del Cuerpo y no se someten a Cristo como Cabeza y a Su soberanía, nunca encajan en la mente del Señor.

COOPERACION ENTRE LOS OBREROS

Naturalmente surge la pregunta, ¿cómo deben cooperar los obreros y las sociedades relacionadas con la obra? A una compañía Dios le da una clase de ministerio, y a otra, un tipo de ministerio completamente distinto. ¿Cómo deben trabajar juntamente los diversos grupos? Pedro y sus asociados, y Pablo y aquéllos con él, fueron nombrados a diferentes esferas, pero en el evento de que sus obras coincidieran en parte, ¿cómo deben actuar? Puesto que no hay una centralización de obra, y al mismo tiempo hay varios grupos de obreros, ¿cómo deben cooperar estos grupos diferentes? Debemos notar dos puntos fundamentales con respecto a la obra:

(1) La primera responsabilidad de cada obrero —no importa cuál sea su ministerio o su obra especial— siempre que llegue a un lugar en donde no haya una iglesia local, es la de establecer una en la localidad. (Lo que se aplica al obrero individual se aplica también a cualquier grupo de obreros).

(2) Si llega a un lugar en donde ya existe una iglesia local, entonces toda su enseñanza y toda su experiencia deben ser aportadas a esa iglesia, para que sea fortalecida y edificada, y no debe hacerse ningún intento para adherir esa iglesia a sí mismo o a la sociedad que él representa.

Si un obrero va a un lugar en donde no hay iglesia y funda una para la propagación de su doctrina particular, entonces no podemos cooperar con él porque está edificando una secta, no una iglesia. Por otra parte, si un obrero va a un sitio en donde ya hay una iglesia local, y en vez de contribuir con su enseñanza y experiencia a la edificación de ella, trata de convertirla en una iglesia sucursal de la sociedad a la cual pertenece, entonces tampoco nos es posible cooperar, porque él está edificando una denominación. La base de comunión en la iglesia es la posesión común de vida en Cristo y el vivir en la misma localidad. La base de la cooperación en la obra es la meta común de la fundación y edificación de iglesias locales. Las afiliaciones denominacionales no nos impiden reconocer a alguna persona como perteneciente al Cuerpo, pero la meta de la extensión denominacional ciertamente nos impedirá cualquier colaboración en el servicio de Dios. El daño más grande que un obrero puede causar es que, en lugar de establecer y edificar las iglesias locales, adhiera a su sociedad los creyentes que él encuentra en un lugar o forme aquellos que han venido al Señor por sus esfuerzos en una sucursal de su denominación particular. Ambos procedimientos son condenados por la Palabra de Dios.

Pablo fue de Antioquía a Corinto y allí predicó el evangelio. La gente creyó y fue salva, y pronto hubo un grupo de santos en Corinto. ¿En qué clase de iglesia los formó Pablo? En la iglesia en Corinto. Pablo no estableció una iglesia antioquina en Corinto. El no formó en Corinto una sucursal de la iglesia en Antioquía, sino que simplemente estableció una iglesia en Corinto. Posteriormente Pedro llegó a Corinto y predicó el evangelio, con el resultado de que otro grupo de personas creyó. ¿Acaso dijo Pedro: “Pablo vino de Antioquía, pero yo he venido de Jerusalén, así que yo tengo que fundar otra iglesia. Yo estableceré una iglesia jerusalénica en Corinto, o formaré aquí en Corinto una sucursal de la iglesia en Jerusalén”? No, él aportó todos los que él había conducido al Señor a la iglesia local ya existente en Corinto. Después, Apolos llegó. De nuevo se salvaron personas, y de nuevo todos los salvos fueron añadidos a la iglesia local. Así que en Corinto había sólo una iglesia de Dios; no había denominaciones cismáticas. Si Pablo hubiera establecido el precedente de formar una iglesia en Corinto para extender la esfera de la iglesia de donde salió, llamándola la iglesia antioquina en Corinto, entonces al llegar Pedro a Corinto él habría podido argüir: “Está bien que Pablo fundara una iglesia antioquina en Corinto puesto que él vino de Antioquía, pero yo no tengo nada que ver con Antioquía; mi iglesia está en Jerusalén, así que tengo que establecer una iglesia jerusalénica aquí”. Apolos, al llegar a Corinto, a su vez habría seguido el ejemplo y habría establecido otra iglesia como sucursal de aquella de la cual él salió. Si cada obrero tratara de formar una sucursal de la iglesia que él representa, entonces las sectas y las denominaciones serían inevitables. Si la meta de un obrero en cualquier lugar no es establecer una iglesia local allí, sino extender la iglesia de la cual él salió, entonces no está estableciendo una iglesia de Dios en esa localidad, sino solamente su propia sociedad. Bajo tales circunstancias no hay ninguna posibilidad de cooperación.

Las condiciones han cambiado grandemente desde los días de los primeros apóstoles. El cristianismo ha perdido su pureza original, y todo lo relacionado con él está en un estado falso y confuso. A pesar de eso, nuestro trabajo actual todavía es el mismo que en los días de los apóstoles primitivos: el fundar y edificar iglesias locales, las expresiones locales del Cuerpo de Cristo. Así que, si nos encontramos en un lugar en donde no hay iglesia, deberíamos buscar el rostro del Señor pidiendo que nos capacite para ganar almas para El y formarlas en una iglesia local. Si estamos en un lugar en donde hay misiones o iglesias afirmadas sobre bases sectarias o denominacionales, pero no hay ninguna iglesia afirmada sobre el principio fundamental del Cuerpo y de la localidad, entonces nuestro deber es exactamente el mismo, es decir, fundar y edificar una iglesia local. Muchos persistirán en sus costumbres antiguas, así que el número de personas que estén afirmadas sobre la base clara de la iglesia puede ser mucho menor que el número total de cristianos en la localidad. Pero la extensión de la base sobre la que están afirmados es tan amplia como la que debe tener la iglesia, de manera que todavía es nuestro deber mantener esa base. Solamente podemos cooperar con aquellos que están edificando el Cuerpo de Cristo expresado en las iglesias locales, y no con aquellos que están edificando otras cosas. Conexiones denominacionales no nos obstaculizan la comunión en el Señor, pero extensiones denominacionales sí nos impiden la cooperación en la obra de Dios.

En esto se encuentra el principio más importante en la obra de Dios: un obrero no debe procurar establecer una sucursal de la iglesia de la cual ha salido, sino establecer una iglesia en la localidad a la cual llega. El no hace que la iglesia en el lugar al cual va sea una extensión de la iglesia en el lugar de donde viene, sino que establece una iglesia en esa localidad. A dondequiera que vaya establece una iglesia en ese lugar. El no extiende la iglesia dé su lugar de origen, sino que establece la iglesia en el lugar que lo acoje. Puesto que en las Escrituras todas las iglesias son locales, Jerusalén y Antioquía no pueden tener iglesias sucursales. No podemos extender una iglesia local a otra localidad, sólo podemos formar una iglesia nueva en esa localidad. La iglesia que los apóstoles establecieron en Efeso es la iglesia en Efeso. La iglesia que ellos establecieron en Filipos es la iglesia en Filipos. Las iglesias que ellos establecieron en otros lugares son las iglesias de esos diversos lugares. No hay precedente en las Escrituras para establecer iglesias que no sean iglesias locales. Es perfectamente legítimo extender la iglesia de Dios, pero es completamente erróneo extender una iglesia local de Dios. ¿Cuál es el sitio en el que yo deseo trabajar? Es la iglesia en ese sitio la que debo procurar establecer.

Ahora, hay dos clases de obreros, a saber, aquellos que se afirman en terreno bíblico y los que se afirman en terreno denominacional o de su misión. Pero aun en cuanto a los que se afirman en terreno denominacional o de su misión, el principio de cooperación es exactamente el mismo: la única meta de fundar y edificar la iglesia local.

La obra de evangelización tiene como fin primordial la salvación de los pecadores, pero su resultado espontáneo es una iglesia en donde se realiza dicha obra. El objetivo inmediato es la salvación de los hombres, pero el resultado final es la formación de iglesias. El peligro que el misionero afronta es el de formar aquellos a quienes él ha conducido al Señor en una sucursal de la sociedad que él representa. Puesto que los obreros representan diferentes sociedades, ellos naturalmente forman diferentes sucursales de sus respectivas sociedades, y la consecuencia es una gran confusión en la obra y las iglesias de Dios. La meta inmediata de los diversos obreros sin duda es la misma, —¿qué predicador no espera que muchas almas sean ganadas para el Señor?— pero hay una falta de claridad y definición con relación al resultado final. Algunos obreros, alabado sea Dios, tienen como meta establecer iglesias locales, otros, ¡qué lástima! tienen como objetivo extender su propia denominación o formar iglesias de misión.

Este es un punto en el cual mis compañeros de labores y yo no podemos estar completamente de acuerdo con muchos de los hijos de Dios. De lo más profundo de nuestros corazones damos gracias a Dios que en el siglo pasado El envió a China tantos de Sus siervos fieles, para que aquellos que estaban asentados en tinieblas pudieran escuchar el evangelio y creer en el Señor. Su abnegación, su diligencia y su piedad han sido verdaderamente un ejemplo para nosotros. Muchas veces, al ver las caras de los misioneros que sufrían por causa del evangelio, hemos sido conmovidos a orar: “Señor, haznos vivir como ellos”. ¡Que Dios los bendiga y les dé su galardón! Reconocemos que somos completamente indignos de tener participación alguna en la obra de Dios, pero por la gracia de Dios somos lo que somos, y puesto que Dios en Su gracia nos ha llamado a Su servicio, no podemos sino buscar serle fieles. No tenemos nada que criticar, y mucho que admirar, en cuanto a la obra evangelística de nuestros hermanos misioneros; sin embargo, no podemos sino poner en duda sus métodos al tratar con los frutos de dicha obra. Porque en los últimos cien años no ha resultado en la edificación de iglesias locales sino en la formación de iglesias de misión, o de iglesias sucursales de las diversas denominaciones que los misioneros representaban. A nuestro parecer esto es contrario a la Palabra de Dios. No hay en la Escritura mención alguna de la edificación de denominaciones; allí solamente hallamos iglesias locales. ¡Que Dios me perdone si estoy equivocado!


IGLESIAS LOCALES E IGLESIAS DE MISION

Permítaseme mencionar un incidente personal. Hace algún tiempo conocí a cierto misionero en Shangai quien me preguntó si no sería posible que yo cooperara con su misión. No sabiendo exactamente qué contestar, no me comprometí. Posteriormente me lo volví a encontrar en otra parte del país, y nuevamente repitió su pregunta y deseaba saber si yo tenía algo en contra de su Misión. Yo le contesté: “No me atrevo a criticar su Misión, aún cuando no creo que encaje en el pensamiento pleno de Dios. Creo que la voluntad de Dios era establecerla para que los siervos de Dios en tierras occidentales pudieran venir a China a predicar el evangelio. No tengo nada que decir acerca de la Misión como grupo, porque las Escrituras hablan de compañías de obreros; y si usted cree que debe estar organizada, que debe tener funcionarios, y que debe llevar un nombre específico, debe responder a Dios y no a los hombres por eso. ¿Quién soy yo para criticar a los siervos del Señor? Pero aunque no critico, no puedo tampoco copiar, porque Dios no ha revelado eso como Su voluntad y camino para mí. Tocante a la Misión como misión, no tengo nada que decir, pero tengo serias dudas con respecto a las iglesias formadas por la Misión. Para explicarlo, permítame decirle que usted representa a la Misión ‘X’. Ahora, ¿los salvados por intermedio suyo forman la Iglesia ‘X’ o forman la iglesia de la localidad específica en que viven? Puede ser perfectamente correcto que misioneros pertenezcan a la Misión ‘X’, pero está totalmente equivocado que ellos hagan que los frutos de la Misión lleguen a ser la Iglesia ‘X’. La Palabra de Dios no ha prohibido expresamente la formación de una Misión ‘X’, pero claramente desautoriza la fundación de iglesias que no sean locales”.

Entonces mencioné los ejemplos apostólicos, señalando que ellos siempre procuraban fundar o edificar iglesias en la localidad donde laboraban con el fruto de dichas labores. Ellos nunca usaron esos frutos para formar sucursales de los grupos en que trabajaban; de otra manera la iglesia de Dios hubiera sido desgarrada por numerosas facciones desde su mismo comienzo.

Entonces tomé como ejemplo la obra en T—. “Allí en T—”, dije, “Dios le ha usado para ganar muchas almas. Si la gente salvada por intermedio suyo son la iglesia en T—, entonces si vengo a T— ciertamente me juntaré con ellos, sin importarme su estado espiritual, ni su forma de organización; de otro modo, yo sería culpable de sectarismo. Pero si usted edifica una Iglesia ‘X’ en T— con los salvados allí, entonces no está edificando la iglesia de Dios en T—, y a tal ‘iglesia’ siento mucho decir que no puedo unirme. Me veré obligado a obrar separadamente en T— a menos que haya una iglesia allí, afirmada en el terreno bíblico de localidad.

“Si todos tenemos como meta establecer iglesias locales entonces hay toda posibilidad de cooperación. Es permisible establecer una Misión ‘X’, pero no es bíblico establecer una Iglesia ‘X’. Supongamos que su Misión ‘X’, al llegar a T—, establece una Iglesia ‘X’; después otras misiones diferentes llegan a T—, cada una estableciendo una ‘iglesia’ de misión separada. Eso sería igual a que Pablo estableciera una iglesia antioquina en Corinto y a que Pedro al llegar poco tiempo después estableciera una iglesia jerusalénica allí. Sobre tal base, la cooperación es imposible, porque estaríamos desatendiendo el patrón que Dios nos ha mostrado claramente en Su Palabra, el establecimiento de iglesias locales.”

“Si llegamos a un lugar a fundar una iglesia, ésta entonces tendrá que ser local, intensamente local, sin ninguna cosa extraña que le quite en lo más mínimo su carácter local. Si usted llega a T—, con la única mira de establecer la iglesia en T—, y yo llego a T—, con la única mira de establecer la iglesia en T—, entonces la cooperación no será problema. Aun si ciento un misioneros, representando a ciento una Misiones, llegan a T— con ésta como su única meta, el establecimiento de la iglesia en T—, entonces no habrá posibilidad de sectarismo, y la cooperación será un asunto espontáneo. Si el objetivo de la Misión ‘X’ es sólo predicar el evangelio, entonces tenemos la posibilidad de trabajar juntos, pero si hay una meta doble con, a saber, la predicación del evangelio y la extensión de la Misión, entonces la cooperación no es posible. Si un obrero procura por una parte predicar el evangelio, y por otra parte extender su propia sociedad, es imposible que trabajemos juntos”. Que una persona se haya propuesto establecer iglesias locales o no, determina si podremos cooperar con él. No importa a cuál misión pertenezca un hombre, si él llega a un sitio, no procurando establecer su propia “iglesia”, sino una iglesia en la localidad, entonces estamos perfectamente dispuestos a trabajar con él. Aunque no somos una Misión, estamos totalmente dispuestos a cooperar con cualquier Misión si ellos no tienen ningún objetivo particular, sino solamente el fin que Dios ha mostrado como Su voluntad acerca de Su obra.

Que Dios nos conceda gracia para ver que todas Sus iglesias son iglesias locales.

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Señales de los últimos tiempos

2Timoteo 3:1 Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles.
2Ti 3:2 Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes,
2Ti 3:3 sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno,
2Ti 3:4 traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los placeres en vez de amadores de Dios;
2Ti 3:5 teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder; a los tales evita.